Por Bernardo Moreno
Estados Unidos está pasando por una de las peores crisis de salud pública en su historia. El fentanilo ha desplazado a otras sustancias en el mercado negro y se ha vuelto muy atractiva para el narcotráfico en México y Estados Unidos. El tema no escapa a la oportunidad política y existe una historia que desentrañar. En esta entrevista, el Dr. Domingo Schievenini, historiador por la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), nos explica.
BM: ¿Cuándo empieza el tráfico de opioides entre México y EE.UU.?
DS: Podríamos remontarnos a la producción de heroína en laboratorios mexicanos en la década de 1950. Por su menor precio y mayor potencia, esa producción mexicana desplazó a la heroína francesa y a la china, que tenían como principal destino satisfacer la demanda estadounidense. Además, se abrió una red de microtráfico, de tráfico hormiga en la frontera, que desde entonces no ha parado. Es más sencillo y rentable —y mucho menos riesgoso— cruzar un kilogramo de heroína (como lo es hoy en día cruzar un kilo de fentanilo) a cruzar una tonelada de cannabis o de opio, como hacían en otros momentos las redes de tráfico internacional de narcóticos.
BM: ¿Y después vendría el boom de las prescripciones legales de opioides?
DS: Sí, en la década de los noventa con una oleada de medicamentos (los llamados prescription painkillers) que habituaron a un amplio sector de la población estadounidense a su consumo, en este caso opioides de origen farmacéutico. En el marco de esa irresponsable oleada de prescripciones muchas personas conseguían las sustancias en el mercado ilegal y muchas otras generaron adicciones. Es entonces cuando las redes vinculadas con las economías criminales ven una oportunidad en México y reactivan la producción de heroína surgida en la década de 1950. Pero la producción de esta heroína —conocida como Black Tar— requería de cientos de hectáreas de campo para sembrar amapola, especialmente en estados como Guerrero, Durango, Sinaloa y Nayarit. Y esto llamaba demasiado la atención de las autoridades. Entonces, las mismas redes de economía criminal se percataron sobre cómo sería más rentable satisfacer la demanda estadounidense con fentanilo (el cual existe como medicamento controlado desde 1960) que con heroína.
BM: ¿Ese fentanilo también se produce en México?
DS: El fentanilo no es un derivado natural del opio y, por lo tanto, para su producción no se necesitan campos de amapola, más bien, se requieren precursores químicos que provienen de Asia y se mezclan en laboratorios simples, que incluso pueden montarse en la cocina de una casa. Esos laboratorios son los que se encuentran en México.
BM: Paralelamente a su fabricación farmacéutica y al uso clínico que por más de medio siglo se le ha dado al fentanilo, ¿sus precursores químicos sólo se han traficado ilegalmente a México?
DS: No, también a través de Canadá. Recuerdo la última vez que estuve en Vancouver, mientras por casualidad mirábamos en el horizonte un barco navegar, un colega académico me preguntó: ¿Por qué en la historia de las drogas nadie habla de Canadá? Y específicamente ¿Por qué nadie habla de la “Vancouver connection”?
BM: ¿Por qué no? ¿Tal vez porque es más rentable atacar a los carteles mexicanos?
DS: Sí, es más rentable mediática, política y electoralmente culpar a los llamados “cárteles” mexicanos. Y más ahora, cuando se acercan unas elecciones federales (y estatales) tan complejas en EE. UU. y también en México. Como sea, si las redes de tráfico fueran aniquiladas y desaparecieran en México, migrarían al Caribe o Centroamérica o a Canadá (donde ya han existido previamente). Al final, la oferta existirá mientras haya un mercado que demanda.
BM: ¿Cuándo comienza a ser rentable atacar mediáticamente a los carteles mexicanos?
DS: Recuerdo que Hillary Clinton, en el marco previo a las elecciones de 2012 (que representarían la reelección de Obama) ya hablaba de que los carteles en México debían considerarse una amenaza insurgente. En su mandato Obama mantuvo distancia con el tema; luego Trump, si bien en varias ocasiones acusó a México, no se ensañó del todo, más bien apuntó los reflectores hacia China para responsabilizarlos sobre la crisis de sobredosis de opioides. El punto de inflexión mediática se da cuando a finales del año pasado, el gobernador de Texas, Greg Abbott, presentó una orden ejecutiva acusando a los carteles mexicanos de terroristas, lo cual fue aplaudido y secundado por un sector de la clase política y algunos medios de comunicación. Pero más allá de los dimes y diretes, existe una estrategia discursiva en la relación bilateral, la cual se mantendrá como un elemento de presión en los próximos años.
BM: ¿Pero se trata de un problema que realmente compete al gobierno de México?
DS: Sí, el problema del crimen organizado en México sin duda compete a autoridades municipales, estatales y federales desde hace más de un siglo. Sin embargo, en el caso específico del fentanilo habría que analizar también a quienes no pueden frenar la demanda y controlar su consumo.
BM: ¿Y quiénes son los responsables de esa crisis?
DS: Antes de señalar a los responsables me pregunto: ¿Qué orilla a millones de personas a consumir fentanilo? ¿Qué clase de crisis social y de salud mental provoca una epidemia de sobredosis como la que existe en EE. UU.? Por otro lado, y de suma importancia: ¿Qué sabemos de las redes de distribución dentro de EE. UU.? ¿Esas redes de comercialización interna son acaso los principales beneficiarios de las dinámicas internacionales de tráfico? ¿Cómo se ha desarrollado una economía criminal perfectamente integrada? ¿Por qué esas redes internas no son una amenaza nacional? Antes que buscar culpables y crear enemigos mediáticos, me parece que habría que ahondar en esas interrogantes.
Continuará.