Por Josemaría Moreno
El director Luis Estrada estrenó recientemente este largometraje que inmediatamente dividió a la crítica y causó polémica –incluso el presidente de la república la comentó: “un churro” en contra de la 4T, dijo. A mí me gustaría revisar primero los orígenes del género que suele emplear Estrada –la sátira– para después aventurar una crítica. Si bien Jonathan Swift (1667-1745) no fue el creador de este género –mucho antes Aristófanes ya la había empleada en sus comedias y luego grandes autores latinos la hicieron propia– el autor irlandés es reconocido como el más excelso e incisivo satírico. El autor de Los viajes de Gulliver nos puede dar dos pistas para comprender cabalmente la obra de Estrada. En un pequeño panfleto, titulado Una modesta proposición, Swift propone una solución radical al problema de la pobreza y la sobrepoblación infantil malnutrida de Irlanda en aquellos tiempos: los padres de estos niños deberían venderle sus hijos a los ricos terratenientes de la nación para que estos se los coman. Esto aumentaría la propuesta culinaria en los banquetes de los ricos e incentivaría a los pobres. La intención satírica de Swift no fue bien recibida y lo acusaron de bárbaro y de ser un escritor con muy mal gusto, aunque hoy en día podemos apreciar el poder de su crítica a las clases adineradas. Lo cual nos lleva a la segunda pista que nos ofrece Swift. En una “nota del autor” que sirve de prefacio a este panfleto, dice: “La sátira es una especie de espejo en el que el observador generalmente descubre el rostro de todos menos el suyo”.
En tiempos de la corrección política que se ha vuelto casi censura, es difícil defender y sostener como modelos a los personajes que presenta ¡Que viva México! Pero quizás el punto no es tratar de interpretar y comentar los vicios innobles de los personajes de Estrada, sino tratar de encontrar el rostro de uno mismo en su visión desmedida y caricaturesca que hace de la sociedad mexicana. Y al igual que pasara con Swift, en la película del director mexicano se encuentra una proposición modesta que no pretende ser una solución a los problemas que nos aquejan como colectivo, sino una crítica mordaz que alcance a todos: el ser humano, independientemente de la clase social a la que pertenezca, es capaz de la más sórdida vileza y la codicia más inhumana.
¡Qué viva México! no es una película que pretende enaltecer a los personajes que representa en pantalla, evidentemente, pero tampoco es una definición de la realidad que satiriza. Y aunque tampoco es una producción edificante –es decir, que proponga una solución para los males que retrata–, es un espejo distorsionado que justifica excelentemente –si logras encontrar tu rostro ahí reflejado– realizar un análisis personal de la posición que cada quien mantiene en el sistema de estratificación social y las injusticias que implica: tanto privilegios inmerecidos como abusos a los que sometemos a otros.