Por Yudi Kravzov
La fuerte voz del viento me despertó como a las tres de la mañana. Llovía. El aire sacudía con fuerza las plantas contra la ventana y yo estaba segura de que mi madre se iba a levantar asustada, así que despacio me escabullí hasta su cama y me acosté a su lado.
Intenté conciliar el sueño. Comencé a respirar inútilmente a su ritmo para contagiarme de su profundidad, pero en el insomnio una vista panorámica de San Miguel destellando luz, vuelve a manifestarse.
Con los ojos cerrados recuerdo la primera vez que visité este pueblo. Tantas galerías, las calles llenas de artistas, festivales de música, obras de teatro y violines. Alebrijes y magia… y otra vez las ganas de “celebrar el arte” comenzaron a recorrerme desde las plantas de mis pies hasta la coronilla.
Mientras trataba inútilmente de dormir, deseaba encontrar, entre artistas, pinceles y lienzos, el portal al mundo mágico donde todos nos transformamos en arte; en algo así como una explosión de sentidos y entregados a la música del DJ, vibrar por todo El Vergel compartiendo la dicha, más allá de la realidad, dejando que la magia y el arte se apoderen de mí y de todos los que están presentes.
En la galería hay un biombo, y dentro una luz donde sucede la metamorfosis, donde profesionales del body painting nos van transformando a uno por uno. Una exposición repentina e irrepetible. Una fiesta de cuatro, tres, dos, una hora… una celebración mágica. El viento volvió a soplar, la lluvia no cesaba. Después de una buena cantidad de destellos mudos, un relámpago crud¿o se dejó oír.
—Qué pasó? —preguntó mi madre asustada. —¿Es el viento? ¿No ha dejado de llover? ¿Por qué no duermes, qué haces acá? ¿Ahora qué estás pensando hijita?
—…cada vez somos más los que queremos seguir produciendo, comunicando. Somos muchos. No estoy sola, mi energía contagia y yo aquí también me contagio con la de tantos otros… por algo llegué a San Miguel. Por algo llegamos todos. Somos más divinos, más creadores, más los que sabemos que el arte sana… Ahora má, imagínate no solo ser parte, sino ser el sujeto en esa celebración, en esa fiesta, en esa noche —veo que mi madre ha vuelto a conciliar el sueño, que me quedé hablando sola—… todos juntos… una pieza única. Un original.
Deja de llover. Salgo a sentir el agua. Me transformo en una mujer vegetal que suspendida se transforma en planta y conecta con sus raíces, con el agua y la tierra. Me siento azul, verde azul. Comienza a llover más y más fuerte. Se cae el cielo y en la galaxia gigantesca en la que vivimos no está pasando nada… sólo el arte es irrepetible, por eso una celebración artística tiene sentido.
El viento cesó. La noche seguía sin luna. Bajo una cobija gris cubrí mis piernas desnudas y en posición fetal me preparé para dormir. Los ojos se me cerraban solos.