El principio de la virtud

Por Yudi Kravzov

Así, sin darme cuenta, de pronto me llamaron mis primas para avisar que se cumplieron 30 días de que murió mi tía, y como es tradición en mi familia, al mes del entierro fuimos al panteón por primera vez, todos juntos a visitar la tumba. 

Entre la lluvia y el tráfico, llegamos como a la una de la tarde, y tristes constatamos que aun cuando su cuerpo seguía en el mismo sitio, mi tía ya no estaba ahí.

Y es que en la última época, entre pandemia, deberes y compromisos, se me quedó un sentimiento en el corazón de tristeza porque me la perdí. Debí haberla visitado más. Estar con ella era como poner una pausa en mi existencia, un paréntesis en el ajetreo cotidiano. Quizás era su lentitud lo que la hacía tan imponente; mi tía lograba transportarme a un sin tiempo que la prontitud no deja disfrutar… a veces voy tan rápido y me duermo tan cansada, que no me siento respirar. 

Su ausencia transformó su casa en paredes, dejó al gato huérfano y su tocador se quedó intacto. Nuestras voces se transformaron en murmullos.

Me quedé mirando las fotos que coleccionaba junto al buró. Sus tesoros, sus cartas, sus recuerdos. Atrevida, abrí un cajón y una hojita con su letra saltó a mis manos: “El comprender sin distorsión alguna lo que realmente somos es el principio de la virtud. La virtud es esencial, porque ella nos brinda libertad. Jiddu Krishnamurti». Tomé la nota, la doblé con cuidado y me sentí con el derecho de conservarla. Sin que nadie me viera la guardé en mi brassier, justamente en mi pecho izquierdo. Traté de grabarme la frase de su maestro en mi mente y de tenerla a ella más cerca de mi corazón. “El principio de la virtud”, entre tantas otras cosas que me hubiera gustado tanto platicar con ella.

Ver a toda la familia reunida me hizo pensar en cuánto le hubiera gustado a ella estar aquí con el tío Pancho y el tío León; comer paella, ensalada, nieve de zapote y pastel de dátil; escuchar declamar a mi madre, reírse a carcajadas de los chistes de mi prima y darle lata a mi tío.

Quiero convencerme que los seres que se van se llevan una parte nuestra y que uno se queda con una parte de ellos; que ahora la llevo dentro… así, como si nos fuéramos convirtiendo en pedazos de muchos seres queridos.

Triste suspiré cuando una parvada de pajaritos me distrajo. Entonces deseé con toda el alma que mi tía estuviera con ellos volando a su antojo por prados y montañas, librada del cuerpo que sólo le estorbaba.

No sé, quizás la razón por la que vivimos todos tan enredados de compromisos y deberes sin poder respirar a gusto tenga mucho que ver con el sentimiento de que cada uno de nosotros tiene a un viejo, lleno de sabiduría, esperando a que lo visiten.