Por Yudi Kravzov
No está lloviendo, pero la energía de mi habitación se siente húmeda. Es como si el aire frío estuviera mezclado con un finísimo rocío.
Con los ojos cerrados, puedo ver el cielo azul. Me concentro para sumergirme en el misterio divino que me hace explotar en miles de partículas de mí misma. Descanso, recuerdo cuando los gemidos se armonizaban hasta convertirse en uno. Me abro paso entre mis humedades y me veo jugando con mis labios y mi cuello. Me escucho pedir más. Millones de gotas me recorren haciéndome sentir que estoy viva, hasta que una estruendosa tos me arranca del ensueño, y me sacude repetidas veces. Me vuelvo a acurrucar con ganas de seguir soñando, pero descompuesta, en plena madrugada, lo único que quiero es volver al mundo onírico donde sueño que me abraza mi yo más profundo.
“No es COVID, no es COVID”, me consuelo con ese mantra. Fue lo primero que descarté. Lo que pasa es que hay que andarse con cuidado. Conviene abrigarse bien. Ahora que viene entrando el frío, que las lluvias refrescan. Toso de nuevo.
Me levanto. Voy a la cocina. Escucho cómo llueve. Me preparo un té de buganvilias con canela y manzana para tratar de quitarme el malestar y la tos para hidratarme, pues quiero sentirme mejor.
Me vuelvo a meter a la cama. Abro los ojos y me quedo pensando en que mi sueño podría ser una premonición. Que quizás, alguien que yo todavía no conozco está cerca, soñando con esa misma intensidad, con ese mismo deseo.
Soñolienta y constipada, respiro despacio, me quedo pensando que a través de los simples abrazos emitimos chispas cósmicas, centellas de luz humana de la que emana el placer de dar placer. Y la idea del «placer de dar placer» me saca una sonrisa y me concede alivio. Me da tranquilidad, sosiego… «placer de dar placer». Suspiro.
Dan las cuatro. Me sirvo más té… veo que en la televisión local está la película «El Bulto»; veo ante mis ojos la vida sin celulares, ni computadoras portátiles. El cigarro en cada escena, un teléfono fijo por familia y los peinados airosos que pintan la película de humor. Me meto a la historia pero no alcanzo a ver el final porque el ritmo de la edición termina por ser un arrullo y me quedo dormida de nuevo.
A las seis y media despierto. Mi garganta está hinchada y siento que me explotan los oídos. Tomo un sorbito de té frío. «Me tengo que hidratar», me repito. No está lloviendo, pero la energía en mi habitación se siente húmeda. Es como si el aire frío se hubiera mezclado con un finísimo rocío. Mi cabeza está dándome vueltas entre las sábanas, mientras con los ojos cerrados vuelo al hermoso azul del cielo de San Miguel.
Deseo sumergirme en el misterio divino que me hace explotar en miles de partículas de mí misma, pero mi cuerpo está tan cansado que sigo presente, aun cuando lo único que quiero es dormir.