Por Yudi Kravzov
Fresca y sin lluvia, la tarde tenía el azul perfecto para caminar por el pueblo. Así que con la ilusión de que algo erótico se diera, comencé a guardar mis cosas y a cerrar la Galería. Esa idea me oxigena, equilibra mis sentidos. Me mete tan en mí misma que no me di cuenta cuando entró el tipo guapo a la Galería, ese que conocí cuando lo del enjambre de abejas, ese que me platicó de Boca del Cielo, del que yo no me sabía aún su nombre, estaba de regreso en el Vergel con su bellísima sonrisa.
No es que yo quisiera encontrarle atributos, pero a él siempre se le veía armonizado y, justo, desde hace semanas, yo estaba firme con la idea de que el sexo fecunda la vida. Así que comencé a desear alegrarme las noches, iluminarme de pasión y sentirme viva.
—Hey, ¿qué tal? —me le acerqué de inmediato. Lo sorprendí con un abrazo que le dejó sentir mi pecho en el suyo y fue así, como sentí la magia del primer nosotros. Pude oler su cuerpo. Sentí su emoción, estoy segura.
—¿Cómo va la Galería? —en lugar de palabras, miradas. Contentos del reencuentro, altivos los dos; optimistas… no sé ni cómo decirlo… me encantaba yo, me encantaba él. No era un sueño.
De cualquier forma, comencé a dejar que una voz que no era mía se mantuviera en silencio y me dejé invadir por una calma nueva. Juntos comenzamos a tejer… ¿un recuerdo lindo?, no… ¿un momento glorioso? No. Fue uno de esos episodios que te suceden en la vida y que quieres congelar.
Tú sabes… —entre besos y caricias, ya semidesnudos los dos, en la Galería, sin prisa y juntos—, para mí, la vida entera es un intercambio … —dijo pudoroso mientras recorría con el dedo índice el sutil camino que marcan mis pecas de mi rostro a mi cuello y… de mi cuello a mi pecho. Yo, suelta, en completa armonía, pensando poco, sintiendo mucho.
— … sí, un intercambio. —Le dije ya húmeda a ese hombre guapo que hacía semanas que yo no había visto. —Un intercambio— murmuré pudorosa y entre papalotes y cuadernos, en la sala de la Galería, intercambiamos mucho… como hace tiempo no había intercambiado. Toledo, la Galería, el cielo azul de San Miguel… todo, en ese momento, dejó de existir.
Dormí acunada por esa hembra que vive en mí con el alma despierta.
Acompañada de las nubes que parecen algodón de azúcar rosa, me bañé a la mañana siguiente, en mi regadera al aire libre, deseosa de comenzar el día.
El hombre guapo me esperaba desnudo en la cama.
Ya conocía yo su nombre.