Por Josemaría Moreno
En conmemoración del Día del Niño, decidimos visitar este museo icónico de San Miguel de Allende. Este peculiar espacio cultural de nuestra ciudad fue pionero en su género y su acervo folclórico es invaluable para la tradición artesanal de nuestro país. Fue inaugurado para exhibir la colección de más de 3,500 juguetes que había coleccionado la maestra Angélica Tijerina durante gran parte de su vida.
La Esquina propone un viaje entre la historia y la geografía del juguete mexicano. Su colección ahora incluso alberga participantes de concursos nacionales con casitas, muñecas, carritos, instrumentos y enseres propios de la cultura y del arte mexicano, hechos con diversos materiales representativos de las zonas en donde nace cada tradición y cada juego. Para muchos, recorrer el museo es voltear hacia una infancia, adornada con juguetes que hoy son difíciles de encontrar. El museo cuenta con cinco salas temáticamente diseñadas mediante una curaduría excepcional y colorida.
La primera sala se especializa en tejidos y bordados y las muñecas en exhibición son clásicas y atemporales. La segunda es una colección de carritos y animales de transporte como los que ya difícilmente se encuentran en los bazares y tiendas de artesanías. La tercera, como bien lo hace notar su nombre, “la feria”, es una muestra de máscaras e instrumentos musicales a escala que, como en un mini-verso, ejemplifica la cultura lúdica y comunal de nuestras celebraciones y fiestas coloquiales. La cuarta sala merece una mención especial pues conjunta la producción artesanal actual de distintas comunidades –especialmente de Guanajuato– y muestra a los ganadores del Concurso Nacional del Juguete Popular Mexicano: un concurso sui-generis que el museo diseñó para darles una ventana de exhibición a nuestros artesanos y difundir su obra. El ejercicio es noble y notable y los resultados son hermosos. En la última sala podemos encontrar las exhibiciones temporales que ha diseñado el museo, un popurrí de figuras y colores enmarcado en las terrazas del inmueble que poseen una vista plácida al pueblo y sus alrededores.
Si bien el museo no está diseñado en términos lúdicos que puedan involucrar al visitante, pensando especialmente en los niños –y quizás el museo haría bien en contemplar una nueva sala en la que reproducciones de sus juguetes estuvieran a la disposición del espectador para jugar con ellos y hacer más interactiva la ocasión–, sus objetos en exhibición bien podrán despertar la curiosidad tanto del niño como del adulto, despertando reminiscencias en este que puedan nutrir el imaginario lúdico y folclórico de aquel.
Recomendamos ampliamente la visita a este espacio cultural y lo encumbramos como un bastión de memoria y alegría colectiva: una caja fuerte de los juegos, tradiciones, colores y figuras que moldearon a tantas generaciones pasadas y que hoy corren el riesgo de perderse entre figurillas de plástico o circuitos electrónicos a la palma de la mano.
El museo se encuentra en calle Núñez 40, Centro, y está abierto de martes a domingo.