Por Arturo Morales Tirado
En una sociedad clasista novohispana, –donde la ambición por obtener fama y fortuna a través de las enormes riquezas de los veneros de oro y plata–, ocurrió la fundación de la Villa Protectora de San Miguel a partir de 1555, cuando se consolidaron los descubrimientos de la veta madre de oro y plata en el socavón de San Bernabé (1548), el Realejo, llamado posteriormente mineral de la Luz, y el mineral de Rayas, –estos últimos ubicados en la actual ciudad de Guanajuato.
Ante la incursión de los españoles y sus aliados indígenas a esta frontera geológica, geográfica y cultural, como vía principal hacia los reales de minas de Zacatecas (1546) y de Guanajuato (1555), decidieron fundar una villa para españoles (valga la redundancia, ya que villa fue sinónimo de asentamiento humano de peninsulares), justo en el altépetl o, para los grupos indígenas chichimecas locales, el Montequehuma, en alusión a las columnas de vapor de algunos de sus manantiales de aguas termales que se extendieron por más de 5 kilómetros desde los sitios arqueológicos de Agua espinosa y el Cerro de las Tres Cruces. La villa, entre lomas y cañadas suaves tendría una posición privilegiada en términos defensivos y contaría con el suministro permanente de los manantiales de agua de la ladera volcánica de los Picachos.
De esta forma entre el Real de Minas de la Santa Fe de Guanajuato y Santiago de Querétaro, a partir de 1573, adoptando las ordenanzas de Felipe II, se trazó la Villa Protectora de San Miguel, mejor conocida durante el virreinato como San Miguel el Grande. Muy significativo e importante, en torno a esta villa de españoles, se establecieron los barrios o solares para los indos de paz donde no podrían vivir ni españoles, ni mestizos, ni negros, ni mulatos.
Además de lo anterior, para contar con una zona separación entre la villa y los barrios, al oriente se encontraban los barrancos donde nacían los manantiales del Montequehuma, al norte las cuadras de mulas, caballos y burros, en torno al Camino Real de Tierra Adentro, al poniente y sur, las huertas de españoles y después de dos siglos de dominación española, las casas solariegas y quintas.
Los barrios en torno a la villa tuvieron contacto por su cercanía geográfica con otras comunidades de indios de paz, que al igual que en los primeros, contaban como núcleo tangible e intangible con su capilla, nominalmente católica, pero en un proceso casi natural se transformaron también en centros ceremoniales con un rico sincretismo europeo e indígena mesoamericano; señalando que algunos otros barrios se fundaron más cerca de cascos de haciendas, ventas, o estancias de ganado.
Como ejemplo de lo anterior, hoy en día podemos maravillarnos con construcciones virreinales que son testimonio de esta evolución cultural durante los tres siglos de dominación española; por ejemplo, al norte de la ciudad de San Miguel podemos encontrar la demarcación de grandes áreas para la estancia de equinos como la cuadra en las calles de Ánimas, Homóbono, Calzada de la Presa, Calzada de la Luz, y podemos apreciar también fuentes públicas, contrafuertes cilíndricos, restos de trojes y corrales. Aledaño a esta cuadra se encuentra el Barrio de el Tecolote. También en esta zona norte, podemos admirar parte de las trojes de grano de los corrales de la calle de los Órganos, también, con su capilla de barrio.
Al sur-oeste del antiguo San Miguel el Grande, encontramos la Casa Solariega de la familia De la Canal, nombre de la casona que muchos en San Miguel de Allende conocimos como el Instituto Allende.
Siguiendo la tradición montañesa de Lebeña, Cantabria, a partir de 1731 la familia De la Canal estableció su casa-solar, donde residió para fundar su linaje en la otrora San Miguel el Grande. Este noble criollo novohispano, caballero de la orden de Calatrava (simbolizada en sus propiedades con una cruz de doble travesaño), en toda esta manzana (hoy en día, calles de: Ancha de San Antonio, Cardo, Aldama, Nemesio Diez), construyó la casona, su cuadra de caballos, caja de agua, fuentes públicas y en la parte posterior de la casona una huerta, mayoritariamente con nogales, la cual pudimos disfrutar en los sentidos y servicios ambientales, hasta la primera década de este siglo XXI. Frente a esta casa solariega el barrio de la casa colorada o de San Antonio.
Las quintas virreinales o casas de descanso, serán tiempo para otra ocasión de continuar con los relatos de las maravillas de la Frontera de la Tierra Adentro.