Por Carmen Rioja
Cómo iba a saber que antes de acabar el año, un pequeño mensajero sería mi gran maestro. Era la tarde y aún hacía calor afuera, cuando de pronto un colibrí se estrelló en el cristal de la ventana y cayó atontado en el suelo. Mi perro —que es un cazador veloz por instinto— corrió hacia el ave y lo atrapó entre los colmillos de su hocico en un segundo. Corrí hacia ellos casi con la misma velocidad y grité con una voz firme y asertiva que no sabía que yo tenía: ¡Alto, suéltalo!
—Al parecer de algo sirvió ver tantos capítulos del programa de televisión de César Millán, el entrenador de perros. Para mi sorpresa, el perro obedeció de inmediato y pude sacarle de entre los colmillos al colibrí aún vivo. El mini pajarito tenía el ala completamente rota y doblada hacia atrás. Y estaba chillando con su voz pequeñita pero clara.
Nunca había sostenido a un delicado colibrí entre mis manos y menos a uno herido. Todo su cuerpo era del tamaño de la tercera parte de mi mano y miren que tengo las manos pequeñas.
Se dice que los colibríes son mensajeros del más allá y que si uno llega a tu vida, tal vez sea un ser querido que ha regresado a visitarte. Para muchas culturas y desde la época prehispánica, el colibrí representa al guerrero, en gran medida por su valentía y fiereza para pelear por su alimento, su territorio, o al defender el nido. Tan es así que el dios principal Huitzilopochtli, también fue conocido como el colibrí zurdo.
Pero no tenía tiempo que perder y me puse a averiguar qué debía hacer para curar el ala rota, mientras tanto preparé un poco de agua con azúcar, miel y gotitas de manzanilla. Sostenerlo sin lastimarlo para intentar ayudarlo sería un reto dificilísimo.
Primero tenía que ganarme su confianza; luego de que estuviera bien alimentando y calientito intentaría inmovilizar el ala y ver si curaba solo. Aprendí a envolverlo suavemente con papel de servilletas para inmovilizar el ala rota y calentar su cuerpo. Por fin logré que bebiera el néctar directamente de una tapa de refresco con su largo pico. Le gustaba la comida que le había preparado. Así que chupaba como si fuera un biberón. ¡Nunca imaginé que una criatura tan diminuta podía comer tanto! El aleteo del colibrí es muy veloz, es la única ave que puede volar hacia atrás o a los lados y sostener el vuelo suspendido en el aire en el mismo sitio hasta por 30 segundos y aletear alrededor de 80 veces por segundo. Es por eso que consumen mucha energía y pueden comer en un solo día una cantidad de néctar igual o hasta mayor a su propio peso. Estuve alimentándolo cada tres horas durante el siguiente par de días. Necesitaba que se fortaleciera, pues al parecer el ala no pegaba sola y cada vez que le cambiaba el vendaje para probar si ya podía volar, parecía sufrir bastante.
Al tercer día aprendí algo de su lenguaje, y pude distinguir entre un canto de dolor y el trino de hambre con el que me llamaba. Sus expresiones corporales se volvieron tan claras para mí que ya distinguía perfecto su chasquido de contento mientras tomaba baños de sol.
Cuando recuperó un poco la fuerza comencé a darle flores de verdad para que chupara el néctar. Primero, cortando las flores del jardín y luego siendo sus alas para llevarlo sobre mi mano a las flores de la bugambilia o a las campanitas rojas del Junípero. Ya no estaba estresado y se prendía de las flores con su larguísima lengua bifurcada y transparente como la luz.
Intenté restaurar la estructura de su ala rota primero con una micro gota de un adhesivo quirúrgico como hacen los cirujanos plásticos, pero no funcionó. Unos días después se me ocurrió usar un adhesivo orgánico de pegamento natural de cola de conejo, que esta vez sí dio un mejor resultado. Cómo iba yo a saber que a pesar de mis esfuerzos la naturaleza tenía otros planes.
Mientras tanto este pequeño ser se había convertido en mi sensei y estaba ya dándome varias lecciones de vida que sin él no hubiera logrado aprender.
Hay más de 350 especies de colibríes y son endémicos de América; al menos 24 especies son mexicanas, y se pueden observar alrededor de 50 variedades tan solo en San Miguel de Allende y el Bajío. Algunos son migratorios, pueden volar distancias tan largas como desde Alaska hasta el sur de México. Se ha reportado que un importante porcentaje de estas criaturitas están en grave peligro de extinción. ¡Y son de los más eficientes polinizadores del planeta!
No sé si este visitante convaleciente era un enviado del más allá, quizás uno de mis ancestros o mi padre en espíritu que vino a saludarme. Lo cierto es que este pequeño colibrí dejó una marca para siempre en mi corazón con enseñanzas fundamentales:
Todos somos capaces de cultivar la ternura, basta con ser generosos con nuestro tiempo y cuidados hasta con las criaturas más pequeñitas.
La paciencia es el arte de la dulzura, a veces se necesita mucha paciencia para curarnos o ayudar a otros a sanar.
El tiempo del colibrí es también diminuto, pueden vivir aproximadamente tres años, pero la vida puede ser tan intensa y plena que en este tiempo cabe una eternidad de luz.
Dejar ir es también un arte de sensei. Cuando el colibrí murió una semana después sin que pudiera hacer más por él, comprendí que estaba obligándome a dejar el apego. No siempre se puede recursar el camino de la naturaleza, ni siquiera con mi “demasiado amor”. Sin embargo antes de irse, el colibrí me regaló una última tarde soleada juntos, y al menos se fue calientito y con la pancita llena.
Esta vez no logré restaurar su ala y reintegrarlo a la naturaleza para que alzara vuelo, pero me dejó muy buenas lecciones y habilidades para la siguiente oportunidad de ayudar a alguien.
Si te interesa conocer más de los colibríes, aves, abejas, a otros polinizadores y ayudarlos a subsistir, puedes colocar platos de agua limpia en el jardín, bebederos con néctar, comederos con semillas y cultivar flores. Visita El Charco del Ingenio para conocer más de la flora y fauna originaria de la región. Consulta los recorridos de observación de aves que organiza Audubon. Y sobre todo disfruta de los milagros diminutos que suceden todo el tiempo en la naturaleza.
Algunas variedades de colibrí en San Miguel de Allende son: colibrí pico ancho, corona púrpura, garganta azul, garganta rubí, barba negra, zumbador cola ancha, zumbador rufo.