El unicornio prieto es un ser que, por creerlo mitológico, pasa desapercibido. Desde su anonimato observa a todos los que vivimos en San Miguel, y me cuenta sus historias para escribirlas aquí.
Esa cosa llamada tecnología
Por Fernando Helguera
El Unicornio Prieto pasaba fuera de Shaktany, la conocida boutique femenina de ropa, cuando vio a la dueña y a su novio en una situación extraña; no pudo evitar detenerse. Ella hablaba por teléfono, pues las cámaras de seguridad de su boutique de ropa dejaron de transmitir a su celular. Al parecer, al novio le había sido difícil convencerla de que hiciera esa llamada al centro de soporte, pues ese tipo de lugares despiertan suspicacias en ella. Dos días le llevó explicarle lo suficiente para que ella aceptara que las cámaras que él le había conseguido a un excelente precio no eran necesariamente de mala calidad, y lo podrían saber sólo hasta agotar las opciones con los técnicos especializados.
Al colgar le dijo que, según “esa gente”, las cámaras estaban en perfecto estado, ya que en el monitor conectado al cerebro del sistema de seguridad todo se veía como debe ser. La conclusión fue que el problema estaba en la aplicación cargada en el celular, misma que no podían configurar porque el sistema de la marca la había bloqueado. Ella fue informada de que los técnicos verían cómo desbloquearla para entonces poder acceder nuevamente.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Él, desconcertado, la tomó en sus brazos para, unos instantes después recibir su rechazo, como habiéndose arrepentido de permitirle llegar tan lejos en esa actitud paternalista y de protección.
“¿Qué está pasando?” preguntó él.
“Nada” contestó ella, como era de esperarse, y siguió sollozando.
“Pero si no me dices, ¡no puedo ayudarte!” se escuchó replicar a la voz masculina.
“¡Pues ya tuviste la oportunidad de ayudarme y no lo hiciste!” dijo cada vez más enojada.
El novio le cuestionó cómo es que podían ser así las cosas, si él ya había revisado el equipo sacando la conclusión de que el problema estaba en la aplicación del celular, y que al no creerle le sugirió que llamara por teléfono, adonde finalmente le habían dicho lo mismo, e incluso se comprometieron a llamarle cuando desbloquearan la aplicación, haciendo gala de su excelente servicio.
Ella lo miró a través del agua que inundaba sus ojos, y cuál sería la sorpresa de todos (menos de ella, claro está) cuando le soltó a bocajarro:
“¡Me mentiste! Y no te atrevas a negarlo si quieres seguir conmigo”.
“¿De qué manera?” replicó ya impaciente para ese momento, haciendo ver que negaba dicha acusación. “¿Por qué lo haría?, ¿qué obtendría con ello?”.
“Eso es lo peor de todo, ¡lo hiciste por diversión! Me mentiste para burlarte de mí”.
“No, no puede ser lo que dices, ahora me explicas de qué estás hablando”, exigió en defensa propia.
“Me hiciste comprar estas cámaras que no sirven, luego me hiciste creer que tenían una línea de soporte, a la cual llamé y resultó todo menos eso: me contestó un señor muy fríamente como si fuera yo retrasada mental, que dijo muchas cosas que nadie en su sano juicio puede entender, y al final no me dio ningún soporte” dijo en alto volumen y a una velocidad media de 149 bits por minuto.
“¡Oye! Pero si te acaban de explicar el problema con detalle y te dieron una solución… ¿de qué carambas estás hablando?”
“¿Ah sí?, ¿me dieron una solución? En estos casos lo que una necesita no es una explicación de cómo arreglar su chingada tecnología, lo que una necesita es ¡SOPORTE EMOCIONAL!”