Por Jeffrey Sipe y Nina Rodríguez
Dirigida por Rodrigo Plá y Laura Santullo, y basada en el libro de Santullo, El otro Tom no es la primera película en adentrarnos en la historia de una madre soltera cuyo hijo pequeño, Tom (interpretado magistralmente por el jovencísimo Israel Rodríguez), tiene problemas de TDAH. La madre quiere que Tom vaya a la escuela, pero para ello se ve obligada a aceptar su política de medicarlo. Sin la medicación, la escuela sostiene que el comportamiento de Tom en el aula es inaceptable.
Aunque simpatizamos con la madre quien confía más allá de toda esperanza que su hijo pueda superar su trastorno mental/emocional sin medicación, también es un personaje difícil, que incluso a veces parece el principal impedimento para la mejora de su hijo. Pasa de ser una madre cariñosa y atenta a una supuesta «cuidadora» despreocupada e irreflexiva quien de repente parece más preocupada por ella misma que por el bienestar emocional de su hijo. Es pobre y está frustrada, pero aunque eso puede causar su agresión, realmente no la justifica.
El público oscila inevitablemente entre la simpatía o más bien empatía, y la rabia y el desprecio con respecto a la madre, que cobra vida gracias a la maravillosa interpretación de Julia Chávez. Ella ha cometido todos los errores del libro, ignorando la profunda necesidad de su hijo por su padre mientras trae a casa hombres para pasar la noche, ignorando el disgusto de su hijo al encontrarse con hombres extraños en la cocina por la mañana temprano.
Muchas, si no la mayoría, de las películas mexicanas independientes se centran en las singulares vicisitudes de grupos indígenas o aislados que luchan contra la delincuencia, la pobreza, la modernización y la identidad. Y como la mayoría de las comunidades en cuestión son totalmente únicas y están fuera del conocimiento común incluso del público mexicano, las películas que se centran en ellas suelen ser documentales. El otro Tom es una obra de ficción que en varios momentos se acerca arriesgadamente al melodrama.
Pero nos recuerda que el melodrama no siempre es algo negativo. De hecho, cuando se trata de una obra coherente desde el punto de vista estético, narrativo y temático, el melodrama puede servir para que el público se sumerja más en la historia. El cine independiente suele evitar la estructura narrativa y el desarrollo de los personajes del cine convencional, que son precisamente los elementos que llevan al público convencional a las salas. Aunque El otro Tom es una película independiente, mezcla técnicas de narración y desarrollo de personajes tanto del cine documental como del teatral. Hay puntos específicos de la trama que ejercen un impacto sobre lo que está por venir en la historia, pero estos puntos de la trama vienen sin fanfarria, sin acentuación. En ese sentido, se parece mucho a la vida real envuelta en una pieza de ficción.
No hay un clímax como tal en El otro Tom -término inventado por el propio Tom para describir las diferencias en su personalidad cuando está medicado y cuando no lo está. Pero sí hay una resolución clara al final, pero esta llega con la normalidad que suele acompañar a los cambios de vida. Aunque infunde intermitentemente en ella, la película termina sin rastro melodramático. Solo marca un paso en la dirección correcta. Tras su estreno en los festivales de Venecia y Toronto y ganando el premio a mejor actriz en Tokyo, El otro Tom, nominado a cinco Arieles, llega a las salas del país y se presenta en el Compartimento Cinematográfico en San Miguel de Allende.