Por Rodrigo Díaz Guerrero
Promover y salvaguardar el derecho de los niños y las niñas a un mundo mejor es una tarea fundamental en la sociedad de nuestros días. Con esto como una de sus premisas, la socióloga Graciela Hernández Alarcón ha trabajado desde hace 28 años con la Fundación de Apoyo Infantil y con otras organizaciones, diseñado y desarrollado diversos programas con una línea temática que pugna por el respeto y la educación ecológica de las nuevas generaciones, para que las infancias se acerquen a la naturaleza y sean capaces de protegerla.
Sus proyectos han logrado su funcionamiento a través de manuales encaminados a este propósito, ayudando además en la capacitación de profesores para llevarlo a la práctica de manera lúdica y echando manos con interesantes recursos, como el arte. “Los niños y las niñas ya saben lo que es el medio ambiente, ya saben que contaminamos, pero nadie hace nada —comenta—, los maestros, padres de familia y la sociedad en general permanecen en la quietud y esa neutralidad es precisamente lo que se pretende transformar”. Siguiendo las palabras de la socióloga: “Hay que centrar la capacitación en la formación de la conciencia de las infancias, hacerlos partícipes de su entorno. Somos un todo, si afectamos a la naturaleza, en realidad nos afectamos a nosotros mismos”.
El manejo de conflictos y violencia es uno de los temas abordados para la ejecución de algunos de sus talleres y cursos, que, afortunadamente, comienzan a ver resultados satisfactorios, poniendo como centro de trabajo las necesidades de los niños y niñas para poder acercarse a ellos de la mejor manera, atendiendo sus carencias básicas para posteriormente comunicarles la importancia del equilibrio del medio ambiente y así evitar vivir —o seguir viviendo— en un caos aparentemente implacable.
En este sentido, el tema del caos “no se tiene que abordar con los niños y las niñas de una manera específica, pues ellos y ellas viven el caos, esa es su cotidianidad. Todo es una permanente contradicción, todo es mentira; nos encontramos regidos por banalidades. Todo lo que organizamos y creamos está basado en la necesidad hipnótica de satisfacer lo innecesario. Lo que en realidad se requiere es convivir con la naturaleza y hacerles ver a los niños y niñas que la armonía debe ser lo imperante en un mundo ya deteriorado”.
Sin embargo, estar inmersos en lo disfuncional no es tan malo, pues acorde con la ideología de Hernández Alarcón, el caos es la oportunidad más grande de reconstrucción: “todos somos diferentes, siempre estamos cambiando, igual que la naturaleza”. Por lo anterior, justamente, nos hacemos falta unos a otros, para alcanzar una metamorfosis pese a la irracional postura excluyente de ver el mundo que promueven los poderes fácticos, políticos y económicos, pues para ellos, lo verdaderamente importante es que las personas sepan utilizar un celular y ver la televisión, como declara Graciela; es decir, el grupo de los excluidos y de los “elementos no reciclables de la sociedad” —como si de basura se tratase— está determinado por su falta de consumo. Hasta ahora, la fórmula del éxito para un complejo social como el nuestro, ha sido la marcada distinción entre excluidos y excluyentes, y no será de otra manera hasta que de nosotros mismos nazca el afán de regeneración. Resulta un tanto difícil pensar que todo irá bien, pero la capacidad de amar, pensar y rebelarse es infinita en el ser humano, dice Graciela, quien guarda una profunda esperanza en las generaciones que ahora protege, pues está segura de que ellos sabrán qué hacer. Con la esperanza por contagio, habrá entonces que reconstruir en conjunto una sociedad y convertirla en una mejor, una mucho más justa.