Por Francisco Peyret
A 54 años de 1968 es necesario revalorar el impacto que tuvo aquel año en el imaginario político y cultural del mundo. Las protestas y actos de rebeldía de los estudiantes y jóvenes partícipes no fueron exclusivos de un país. Tampoco es posible reducir los acontecimientos históricos de ese año trascendental al “Mayo francés” o a la “Primavera de Praga”.
En diferentes partes del mundo se experimentó una serie de sucesos que agitaron políticamente a varios países del orbe. La búsqueda de alternativas por vía pacífica o armada, la reivindicación de derechos laborales y la libertad fueron algunas de las motivaciones que causaron convulsiones políticas. Todo ello en el contexto de la Guerra Fría, la influencia de la Revolución cubana y de la guerra en Vietnam, así como las manifestaciones de la contracultura.
En México sucedió el 2 de octubre, unas semanas antes de celebrarse las Olimpiadas, en Francia se recuerda como la «crisis de Mayo», en ese escenario europeo surgió también en Berlín la protesta estudiantil y juvenil que venía acumulando fuerzas desde 1967. En esa ciudad de la entonces República Federal de Alemania, el 2 de junio de aquel año murió el estudiante Benno Ohnesorg por los disparos que realizó la policía cuando arremetió contra una marcha protesta de universitarios por la visita del Sha de Irán. En marzo de aquel año de 1968 se suscitaron una serie de protestas en Varsovia por la censura de la obra Dziady (Los antepasados, 1823), del poeta romántico Adam Mickiewicz (1798-1855), con la justificación de que dicha obra del siglo XIX contenía referencias anti-rusas y contra el socialismo. Así fue como sucedieron movimientos en otros países de Europa, Asia y América Latina.
En un contexto de protestas antibelicistas en Estados Unidos, ocurrió el homicidio del líder afroamericano Martin Luther King, el 4 de abril de 1968 y por otro lado, en medio del proceso electoral, fue asesinado el candidato del Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos, Robert Kennedy. El atentado aconteció el 4 de junio de 1968.
Cuando vi la película Roma (2018), de Alfonso Cuarón, me encontré llorando a media película aparentemente sin explicación alguna, la fotografía y la banda sonora del filme definitivamente me transportaron a mi infancia, y creo que le pasó a muchos chilangos como yo. En los años setentas los niños crecimos pensando que el 68 era tema de hermanos mayores que se habían enfrentado al gobierno, nunca nos imaginamos que los años sesentas iban a tener todo que ver con nuestra generación y las siguientes: la música, el rol de las mujeres, la educación, el acceso a la información, la ecología, etc.
Roma es una película sobre la pérdida de la inocencia, sobre la toma de conciencia. En México pasamos de tener un país calmo semirural a un país inmerso en una nueva era industrial y social, ese México familiar, suave, nostálgico pero también macho, cruel y desigual que proyecta Cuarón no volverá más. Ese 1968 es el año donde se apretó un botón que cambió el «Sistema» de forma definitiva; por una parte, las tecnologías de los últimos 50 años nos han brindado grandes beneficios sociales e individuales, por ejemplo, el internet es equivalente al invento de la imprenta, pero, por otra parte, también estas mismas herramientas nos han generado grandes retos que como humanidad hay que resolver, el tema de los recursos naturales es sin duda uno de estos.
1968 es el punto de inflexión donde empieza a desaparecer el Estado de Bienestar Keynesiano y, como apunta Chomsky, ante el despertar de la conciencia de las sociedades, el «establishment» arremete con todo privatizando todo lo que encuentra a su paso. Por ahora, los ciudadanos del mundo no la estamos encontrando fácil, vemos cómo los gobiernos nacionales pasan de regímenes de derecha a izquierda y de izquierda a derecha como cualquier futbolista cambia de camiseta en liga europea, y al final no pasa nada nuevo ni bueno. Ante el inminente cambio tecnológico con la llegada de la Inteligencia Artificial, es evidente que requerimos un nuevo cambio de conciencia social para crear modelos de desarrollo más congruentes con los seres vivos y el planeta. La generación del 68 nos demostró que más de un paradigma se puede romper, pero también que los resultados pueden ser mejores. De cualquier forma, 1968 ¡no se olvida!