Al releer

Por Clare Howell

Traducción por Jessica Ripoll

La ciencia nos dice que cada diez años nuestro cuerpo se renueva a sí mismo al generar nuevas células que reemplazan todas las del cuerpo, por lo que físicamente no somos la misma persona que éramos hace una década. Pero la ciencia no puede decirnos cómo nuestra mente siempre activa, que es el pulso de nuestro ser, provee una continuidad estable tanto para mantenernos en equilibrio como para crecer. La mejor manera en que puedo descubrir que tanto está evolucionando mi mente es releyendo mis libros favoritos a lo largo del tiempo. Siempre las mismas palabras, pero su efecto, la riqueza de la experiencia de volver a participar, es siempre una nueva aventura. Cuanto mayor soy, más releo porque no solo revisito ese mundo en particular, sino también a mi yo más joven.

Muchas personas releen sus libros favoritos cada año. Yo también revisito mis favoritos—’Un buen hombre es difícil de encontrar’, de Flannery O’Connor, ‘Shadow Country’, de Peter Matthiessen y siempre la poesía de Richard Wilbur y Elizabeth Bishop. Al menos una vez al año revivo las maravillosas y sobrias novelas ‘Esperando a los Bárbaros’ y ‘La vida y época de Michael K’, de J.M. Coetzee.

Hasta ‘La isla del tesoro’, una copia de la misma edición ilustrada que leí en mi niñez, está en mi mesa de lectura junto a la cama. Me conforta tan solo con que esté ahí. Con cada lectura, me maravillo de lo extraña que se está volviendo la vida y lo reveladoras que pueden ser las historias. Que la ficción fiel a la realidad pueda darnos una visión moral fue un descubrimiento fatídico que me ha convertido en un lector de toda la vida.

La primera vez que leí ‘Crimen y castigo’ tenía diecisiete años. La encontré seria y confusa, pero me fascinaron las xilografías en blanco y negro que la ilustraban, como si toda Rusia fuera de techos bajos y fría porque, en cada xilografía austera, los personajes estaban encorvados y en espacios reducidos, vestidos con abrigos. Este telón de fondo de monotonía ha sido el escenario mental de todas las novelas rusas que he leído desde entonces— de ‘Los hermanos Karamazov’ hasta Tolstoi y Turgenev. Pero releer ‘Crimen y Castigo’ el año pasado me dejó al descubierto. A lo largo de los años he desarrollado mis propios demonios, todos los cuales se aferraron a los de Raskolnikov mientras tomábamos como si fuera una montaña rusa a través de su torturada mente e historia. Espero con ganas poder volver a leerlo el próximo año.

La primera novela adulta que leí fue a los trece años. La encontré en el ático de mi fallecida tía Jesse Merle, entre otros libros de pasta dura que ahí había. Como persona dolorosamente sensible, el título me atrapó: ‘El pozo de la soledad’, de Radcliffe Hall. El libro estaba rebozado por una angustia que no podía entender, tan oblicuamente se revelaba la historia. Si tan solo hubiera sabido.

Olvidado por mucho tiempo, años más tarde, el libro llegó a mis manos como regalo de una colega. Para entonces yo estaba muy consciente de que el libro provocó un juicio sensacional por obscenidad en Londres en 1928. Lo leí de nuevo, encontrándolo deprimente— viendo a una persona irremediablemente desplazada y que se odia a sí misma en Stephan. Sin embargo, lo fascinante de esta lectura es que la tía Jesse Merle, esposa del comisario de un pequeño pueblo del sur de los Estados Unidos, estaba leyendo la primera novela abiertamente lésbica publicada en ingles. Y usted ¿qué tiene en su lista de relecturas?