Por Carmen Rioja
La Virgen mexicana se conoce alrededor de todo el mundo, y cada 12 de diciembre se festeja en toda América al interior de templos y capillas, adornando con flores y música los centenares de altares que se le han dedicado; pueden ser visitados en mercados, centrales de autobuses, barrios, callejones y hasta son vistos en taxis y autobuses de pasajeros, de cada uno de los pueblos y de todas las ciudades.
A casi 500 años de tradición, la imagen de la Virgen de Guadalupe ha pasado por todo. Ha sido la figura más venerada por su dogma de fe en toda Latinoamérica y buena parte de Estados Unidos, ha sido pintada y representada de cientos de formas y en diversas expresiones que van desde el arte colonial, el arte moderno, el pop, el folk, el punk, en tatuajes y hasta en arte digital.
Su imagen es tan querida que se armó una controversia mundial el día en que un personaje llamado Wu You Lin tramitó un registro de marca por la imagen de la Virgen desde China, con el cual pretendía cobrar derechos de uso de la mismísima Virgen de Guadalupe.
Y aunque este día no es asueto oficial, casi en todos lados se considera la más importante celebración religiosa para los mexicanos, a veces incluso más que Navidad. Tan grande es el festejo en México, que siempre se menciona con humor socarrón cuando ya está por comenzar el puente Guadalupe-Reyes, el cual inicia con la serenata de Las Mañanitas a la Virgen el 12 de diciembre. Entonces pareciera que se acaba el año laboral y prácticamente se echa la casa por la ventana, para volver al trabajo intenso hasta pasado el día de los Santos Reyes Magos, el 6 de enero del año entrante.
En este país hasta los más ateos reconocemos que somos antes que un pueblo católico o nacionalista, un pueblo guadalupano. Fue el filósofo y cronista mexicano Carlos Monsiváis quien dijo: “hablando de la cultura popular en México, la Virgen de Guadalupe es el punto que la funda, pues esta figura cubre funciones primordiales: es el perímetro místico de millones de personas”.
La imagen de la laureada también como Emperatriz de las Américas, presenta una composición sencilla en la que lucen un manto azul turquesa, donde se observan las estrellas, de su cuerpo entero emergen rayos dorados y su mirada es admirada como una la más dulce mirada maternal. Como restauradora de arte colonial y prehispánico he participado en múltiples proyectos, museos y galerías a lo largo del país y debo decir que, sin duda, la Virgen de Guadalupe es la imagen que más pareciera llegar a los talleres de restauración. Lo anterior responde a que casi todo hogar mexicano tiene al menos una virgencita. Apenas este verano, pasó por nuestro taller una pintura magnífica de la Guadalupana, un óleo sobre lienzo de extraordinaria factura perteneciente a la escuela de Miguel Cabrera del siglo XVIII, misma que hizo un par de milagros antes de marcharse de casa y otro mayor llegando a su destino.
Más importante aún que el día 12 son las peregrinaciones que inician semanas antes su salida y caminata desde todos los rumbos para llegar a la Basílica de la Guadalupana junto al cerro del Tepeyac, donde fieles, peregrinos, músicos y danzantes se dan cita para celebrarla en misa y con diversas costumbres repletas de elementos de un sincretismo insospechado. Todo culmina con la veneración ferviente que se cataliza en la imagen en particular de la Virgen que apareció en un ayate de fibras de maguey que vestía el indio Juan Diego en el año 1531.
Existen varias versiones del origen de su advocación en América y cómo fue fortaleciéndose. Algunos teóricos apuntan su procedencia a Guadalupe, región de Extremadura en España, donde una virgen morena ya había cobrado fama por sus apariciones y milagros. Pero la narrativa nacional del milagro guadalupano presume un origen americano local y fue por primera vez narrada por el indígena Antonio Valeriano en 1556 en lengua náhuatl y titulada “Nican Mopohua” (Aquí se narra). En su crónica, Valeriano explica cómo el Fraile Zumárraga recibió al indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin quien le comprobó, al desplegar el ayate donde apareció esta imagen y rosas de castilla, la veracidad de las cuatro apariciones de la Virgen a su encuentro por el paso del Cerro Tepeyac.
Cabe mencionar que en ese mismo cerro ya se veneraba a Tonantzin por mexicas, chichimecas y otros grupos. Se realizaban peregrinaciones hasta el sitio.
Esta capilla continuó dando vida al culto y creció su tan importante veneración hasta que pronto fue nombrada Villa de Guadalupe y casi al mismo tiempo que lo fue la Ciudad de México. Posteriormente se construyó una Basílica junto al Tepeyac, para albergar la imagen de la Virgen de Guadalupe y es en el altar principal donde se preserva.
La basílica de la Virgen de Guadalupe es el santuario más visitado de la iglesia católica, sólo superado por La basílica en Roma. Más de 10 millones de peregrinos al año pasan a visitarla para pedirle su protección, un milagro o darle gracias, pero eso es tan solo hablando de la basílica en la Ciudad de México.
La historiadora de la UNAM Gisela Von Wobeser, realizó un estudio exhaustivo de la imagen de la Virgen hasta sus orígenes en el siglo XVI, y encontró la presencia de algunos de los mismos elementos en otras Vírgenes veneradas de Norte a Sur por toda América, España y Portugal. En casi todo los casos, la Virgen aparece siempre como la purísima vencedora de la oscuridad, salvadora de Adán y Eva, madre del Mesías.
Este año para el 12 de diciembre se espera la llegada de al menos 7 millones de peregrinos a la basílica, cifra que se alcanzó en 2019 antes de la pandemia.
La Guadalupana seguirá siendo un símbolo de sincretismo ya que confluyen los simbolismos de tres culturas: la mexica representada en las deidades femeninas como la anteriormente mencionada Tonantzin, pero también la Coatlicue, como madre de dios y Cihuacóatl como dadora de vida y alimento y Xiuhcoatl, madre que vence a la serpiente. Por si esto fuera poco, la Morena se presenta triunfadora sobre la luna nueva creciente.
En estos días se acostumbra a celebrar con tamales, atole, buñuelos y entonar los cantos marianos y guadalupanos. Si conoces a una Lupita, ¡no dejes de felicitarla!