Por Alberto Campos

Para esta temporada de Día de Muertos, la Galería Manuk estará presentando la pintura al óleo de María Ayala en el espacio del Restaurante La Doña.

En lo exterior, la obra de María Ayala nos habla de una cotidianidad perdida, de la añoranza por el San Miguel pasado, aquel que ha ido desapareciendo, absorbido por la vorágine citadina. En ese aspecto María nos muestra escenas de una población que aún vive de “puertas abiertas”, de un San Miguel que ella misma llama el “San Miguel profundo”; ese pueblo al que ella llegó muchos años atrás y que vio esfumarse poco a poco engullido por los buscadores de pueblos mágicos, y que desde el centro va perdiendo aquella magia que tenía hace muchos años. Un pueblo en el cual a donde sea que uno vuelve la vista se topa con el mestizaje y el sincretismo cultural, de íconos religiosos cubiertos de objetos paganos y del mundo moderno y globalizado.

Sus cuadros muestran imágenes de épocas empalmadas, escenas olvidadas en un universo que se niega a sucumbir, personajes que conviven en un mundo aislado, propio, petrificado en el tiempo, como en otra dimensión; retazos de una cotidianeidad que irremediablemente va desapareciendo.

En las obras de María nos adentramos en un universo que se rige con leyes propias, tanto físicas como psíquicas, hay un equilibrio sutil, difícil de detectar, ya que rompe con la rigurosa perspectiva del mundo en que vivimos para dar paso a la onírica. Seres atrapados en una infinita soledad, haciendo cada uno su esfuerzo para que el instante que los plasmó permanezca en su peculiar equilibrio, dictado por una composición extraña y un singular uso del color que proyectan personajes atrapados en un instante del tiempo, en un retazo de vida, que se quedó irresuelto. Espacios sustraídos de temporalidad, proyectando una silenciosa y sutil irrealidad rodeada de un onirismo figurativo pero mágico. La energía interna de sus cuadros es una especie de caos organizado, de entropía equilibrada.

En el aspecto más íntimo, la obra de María Ayala nos habla de un paraíso perdido, quizás el de la infancia, mundos paralelos, de dimensiones sobrepuestas que provocan desgarramientos espaciales y vértigos de luces ácidas, proyectados sobre objetos olvidados o ignorados que se instalan en el tiempo para volverse invisibles. La escoba enfurruñada, el gallo castigado, los objetos arrinconados sobre medidores de luz, cables desafiantes que pueblan los aires, los juguetes desparramados en sitios inconcebibles, escaleras absurdas, imágenes religiosas acompañadas de herejismo, etc, etc. Al mismo tiempo hay espacios desiertos que nos hablan de una ausencia, de vacíos insoportables y nostalgias por un pasado irremediable.

Esta exposición se estará inaugurando el miércoles 27 de octubre, con coctel de inauguración de 6-9pm, en el Restaurante La Doña, en la calle San Francisco 32, zona centro, igualmente habrá celebración de Día de Muertos.